Pienso que no hay nada más democrático que la palabra. En estos tiempos en que fluye tan rápida y veloz por vías internáuticas, a muchos nos llega, y muchos la hacemos servir. Al utilizarla, en nuestra intimidad, para comunicarnos con un posible lector anónimo, muchos experimentamos un orgullo debido a la expresión del propio yo. La palabra tiene música, y al componer nuestra propia partitura todos nos sentimos los mejores directores, aunque sea por un breve espacio de tiempo. Puede que a muchos nos ciegue momentáneamente esa gloria, pero es que nos rescata de la masa y nos hace creer únicos.
En la red oímos una polifonía que también se encuentra en la lectura de libros, pero en Internet no se asiste a un recital de escritores consagrados, sino a un coro de pequeñas voces que se alzan también para sentir ese pequeño placer que produce la comunicación por escrito. Muchos de nosotros repasaremos o no lo escrito, tal vez nos encontraremos con verdaderos extraños, y nos preguntaremos: ¿cómo pude escribir eso? Esa misma pregunta, tal vez, ya se la está realizando algún lector más crítico; pero es que la red no pertenece tan sólo a las almas grandes, a las destinadas a pasar a la inmortalidad, la red pertenece a todos, orgullosos de expresarse o no.
La Fisgona Indiscreta
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