Pasó su tarjeta bicing por el lector, éste le señaló el número 24. Mierda, era la bicicleta más alejada de todas las que estaban en fila dispuestas a que algún cliente las cogiera. Pedaleó Rambla del Raval hacia el mar, el carril bicing por un momento desapareció, es como el río Guadiana vuelve a aparecer más adelante. En Santa Mónica abandonó la bicicleta en su parada, y con la mochila colgada a la espalda caminó hacia el gimnasio. Cuando se hobo cambiado de ropa subió las escaleras que conducían a la clase: en el primer piso unos y unas corrían en la cinta, el ritmo de sus pasos marcaba su esfuerzo y el aliento; en el segundo piso otros y otras pedaleaban al ritmo de una música enloquecida dejándose el alma; en el tercero, la puerta estaba cerrada. La abrió, una música suave impedía que los pocos y pocas personas que allí estaban hablaran en voz alta. La clase de Taichí estaba a punto de comenzar. El flâneur que acababa de entrar les explicó el contraste de excitación de un piso a otro. La profesora sonrió y afirmó: -Aquí cada loco con su tema.
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