Sería la Fisgona Indiscreta adolescente cuando una película de Spencer Tracy la impresionó enormemente, de tal forma que todavía aún recuerda vivo ese recuerdo de ese día, en concreto, de esa noche, e incluso en su cabezita guarda la memoria del televiso: el aparato no tenía ni pantalla plana, se cambiaba de canal con el dedo índice, pero se alumbraba cada uno de los 12 o 16 canales que tendría, y estaba revestido de color madera. De la película cree recordar que el papel que Spencer Tracy interpretaba era acusado injustamente por una masa de gente que lo creía culpable de un asesinato. Ayer, sin ir más lejos, La Fisgona Indiscreta descubrió que la película se llamaba La Furia y estaba dirigida por Fritz Lang, el padre del cine negro americano. ¿Cómo lo supo? Gracias a Wikipedia y porque al ver otra película suya, Metropolis, se preguntó si un cineasta nacionalsocialista de repente era adoptado por Holliwood. Estaba equivocada, quien comulgaba con la ideas de Hitler, era la mujer de éste, que al final él abandonó como a su país natal. Y como si en una película fuera, La Fisgona Indiscreta se imaginaba al propio Fritz Lang teniendo que elegir entre sus ideales o quedarse en casa. Esa es la narración épica a la que la imaginación de la Fisgona tiende. Lo que sí que cree es que el director, en su equipaje rumbo a EEUU, una idea de la masa de borregos descontrolados que no tiende a razones también importó -las dos películas mencionadas anteriormente así lo demuestran-. Y una tendencia a educarlas también. La función social del cine heredada de las vanguardias se manifiesta en ellas. El poder del arte para cambiar el mundo. ¡Dios, qué ingenuidad! Pero, la Fisgona Indiscreta es clemente, y le perdona. Y antes de acabar este apunte, una nota más: ¿no asusta bastante que la típica estampa de la ciudad de Metrópolis se parezca tanto a la Ciudad de la Justicia de Barcelona? Queda pendiente averiguar la posible relación.
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