La Fisgona Indiscreta decidió adentrarse en la Naturaleza por dos semanas, duró cinco días. El primer día tenía decidido escapar del ruido de la ciudad; ese ruido constante que ensordece las súplicas del cuerpo que necesita otro espacio y otro tiempo. Es el tiempo sin tiempo del niño. Cogió una mochila, un saco de dormir y una tienda de acampada marca Quechua, se compró un billete de tren y se fue sola cerquita, al Pirineo Catalán. El trayecto del viaje se le hizo corto, estaba con el alma pletórica en busca de esa paz anhelante y que tan evasiva resulta en Barcelona. Llegó a su destino en plenitud de su fuerzas, y comenzó el senderismo. No quería mapa, seguiría tan solo a su instinto para que le guiara, y lo único que hacía era apartarse de cualquier trato humano. Caminó y caminó, hasta que se hizo de noche. Lanzó al suelo su automática tienda y durmió de lo cansada que estaba. Al día siguiente se daría cuenta de que había aterrizado al lado de una autopista. Aquello tenía poco de bucólico, así que sin ducharse y sin desayunar decidió seguir su periplo. Por fin llegó a un lago. En un ricón apartado se instaló. Por primera vez respiró aquello que anhelaba. Los primeros minutos fueron dichos, los segundos inquietantes, y en los terceros se preguntaba qué hacía allí. ¿Tenía como misión encontrarse así misma? ¿Y qué encontraba en el silencio de la naturaleza? Una intranquilidad que día a día se fue convirtiendo en miedo. Miedo a los ruidos, miedo a encontrarse con alguien, miedo a no poder volver, miedo a volver, miedo al hambre, miedo a que le pasara algo, miedo a que la violasen, miedo y más miedo. Ni comunión ni experiencia mística ni na de na. Los días se alargaban en una eternidad, y se acordaba de los libros que tenía por leer, la música que debía escuchar, los amigos que quería visitar, los familiares a quienes tenía que decirles algo. Comía cuando tenía hambre, bebía cuando tenía sed, y dormía cuando el sueño la visitaba, así que comía mucho, bebía bastante y dormía a todas horas. Cuando el contacto con la civilización se le presuponía huraño se percató de que aquella experiencia iba a cambiar su personalidad. Una personalidad imperfecta, pero que le iba a ser arrebatada, así que decidió volver. Lo que iban a ser dos semanas tan sólo fueron cinco días, cinco días que le resultaron cinco meses o cinco años. Y cuando llegó a casa, se dio cuenta que era precisamente allí donde más a gusto estaba, con la televisión, la radio, los libros, la nevera, la cama, el sofá, el teléfono,los cuadros. Fue besando cada uno de los objetos que la rodeaban, mientras murmuraba: Et in Arcadia ego.
martes, 16 de noviembre de 2010
El retorno de la Fisgona Indiscreta.
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