domingo, 29 de agosto de 2010

Latifa Echaknch en la Capella MACBA

Era un viernes por la tarde, cuando por primera vez fui a ver esta exposición de Latifa Echakhnch. Al pasearme por el interior de la Capella, las palabras de Robert Caner del curso sobre Historia de las Ideas Estéticas se me aparecieron en la mente como una revelación: en la actualidad, la mayoría de obras de arte invitan a la reflexión sobre ¿qué es arte? y ¿qué no? Me fijé en las obras allí expuestas, y lo que más me gustó fue como una niña intentaba despegar una carta de la baraja española que permanecía pegada con otras muchas en el suelo y que junto a una roca formaban la obra titulada Eivissa (2010). También recordé otro momento de este curso de estética en que Robert Caner advertía a su alumnado que también las obras estéticas modernas van acompañadas de un texto. Así que me leí el folleto explicativo de la entrada. Lo que yo había visto como simples tubos que intentaban retar las fuerzas de la gravedad antes de caer al suelo eran, en realidad, catorce palos de bandera. Se hizo la luz. Pero no me conmovía. ¿Acaso buscaba la conmoción? Otra pregunta estética que tal vez me hiciera la obra de forma amenazante. No encontré motivos para responderle. Me quedé impávida. Y me fui.
Unos días más tarde, caminaba por la calle Elisabets cuando anochecía. A lo lejos, se avistaba la Capella. Las luces de su interior estaban encendidas y la visión lejana de aquellos catorce palos de banderas me pareció hermosa. Así, que para cuando uno no quiera realizarse tantas preguntas, y disfrutar en todo su esplendor de esta obra, recomiendo su visión al anochecer y con cierta distancia.

martes, 24 de agosto de 2010

Mi primer asalto con James Joyce

De entrada puedo decepcionar a mis futuros visitantes, ya que el artículo siguiente no es tanto una crítica mordaz como mi propio via crucis en la lectura de Ulises de James Joice. ¡Dos meses he necesitado para acabar el libro! Y gracias a Nabokov pude sumergirme en sus profundas aguas, a su Curso de literatura Europea, donde en un capítulo va desgranando paso a paso la obra irlandesa. ¿Por qué me adentré en esta aventura? Primero, para ser una intelectual. También me inspiró el libro de Enrique Vila-Matas, Dublinesca; quería encontrar esos pasajes donde el protagonista se encuentra con su propio autor que pasa ante él como una sombra de fantasma. A esto hay que sumarle un cierto interés personal por este escritor que junto a Oscar Wilde, Yeats, y Beckett forman un cuarteto dublinés, conviertiendo a Irlanda en un país del que surgen un perfil muy determinado de artistas -envidia de catalanes, debería ser-.
A estas alturas resulta una herejía criticar el Ulises. Podría agarrarme al hecho de que su amigo Beckett no lo aplaudió incondicionalmente. Y a pesar de que hay verdaderos fans de esta obra, no sé si realmente se puede alabar por entero. ¡Hay tanto experimento! Todo lo que se puede hacer con el lenguaje está ahí. Su lectura resulta imposible realizarla desde una posición cómoda, se debe coger papel y lápiz. No le está permitida la entrada al lector pasivo, uno debe descifrar el libro.
Tengo que reconocer aquí que me he saltado el capítulo 15 de la edición de Cátedra, más la veces que mi mente ha huído del libro y tan sólo ha podido aterrizar en éste gracias a la guía de Nabokov. Llegar hasta el final, y con este calor tan duro de este año, ha sido todo un reto para mí. Sé que no soy la envidia de nadie, pero llegué sin resuello. James Joyce, por ahora, ha podido conmigo. ¿Y qué siento? Atracción. No sé si es fruto de un sadismo lector que me obliga a inclinarme, esta vez de rodillas, a una segunda lectura. Como Rocky Balboa me entrenaré más y más fuerte, beberé cuatro huevos crudos todas las mañanas si es necesario y al final llegaré a la cima de las escaleras de este Museo del Arte de la Babelia Borgiana.